lunes, 30 de abril de 2012

Reflexión sobre el aire expulsado al respirar

¿A quién no le ha olido alguna vez el aliento


En efecto, a todo el mundo. Bueno no, a Dios no, a él todavía nadie se lo ha olido, pero ahora que lo pienso, tampoco nadie lo ha visto para experimentar la sensación que produce el calor de una bocanada de aire saliendo de sus  negros labios ¿Cómo? ¿No era negro? ... Mejor ya hablamos de esto otro día. 


Entonces nos encontramos con que nuestro cuerpo es lo suficientemente inteligente como para crear un ser humano con la unión de una par de células haploides. Por un lado los
espermatozoides, también conocidos como: sustancia color blanco roto de la que se deshacen los hombres seguido de un gemido en ocasiones algo femenino. Y por otro lado el óvulo, o eso que nos imaginamos grande, rojo y calentito. Donde se tiene que estar de maravilla, porque los espermatozoides pillan una velocidad de hasta 45km/h para llegar
hasta el famoso gameto femenino, fecundarlo y crear una célula llamada cigoto, también
conocida como lo que puede llegar a pasar si no se usa protección -mensaje subliminal para los jovenzuelos-. Y entonces nacerá un nosotros, algo en un principio muy
suave y delicado. Un ente social que crecerá, se desarrollará; disfrutará y sufrirá; creará cosas maravillosas y destruirá muchas otras, para finalmente morir. 



Y sin embargo nos huele el aliento. Que tiene una única cosa positiva, a alguien se le ha ocurrido este maravilloso anuncio: